viernes, 21 de diciembre de 2012

Tan sólo un poco más...

Mientras humeo el cuchitril donde he pasado la noche, me pregunto acerca del motivo por el que la fulana que se encuentra a mi lado, duerme tan plácidamente. Supongo que no tiene mejor sitio donde caerse muerta. Una lástima, no parece una mala chica.

Después de ducharme, me visto lo más rápido posible, y me dirijo al único bar que hay en este recóndito lugar. No estoy solo, comparto barra con unos lugareños. Tipos silenciosos, que no sienten el menor interés en mostrarse agradables conmigo, lo cual agradezco. Le indico a la camarera que me ponga un café, algo de comer y un Jack Daniel`s. Sin hielo.
Pago, me llevo un pitillo a la boca, y mientras hago ademán de buscar el mechero, la camarera se anticipa y me regala uno de esos con la típica imagen del lugar, además de una bonita sonrisa. Salgo a la calle en busca del coche, arranco el motor, y subo el volumen de la música poco a poco. Me dirijo a la costa. Es la primera vez que visito ese lugar. También es la primera vez que tengo que cargarme a una mujer.

Han pasado ya unas cuantas horas, y por fin el sol se ha escondido para dar paso a una noche no demasiado apacible. Se ha levantado un aire un tanto frío, que me despeja lo bastante como para recordar que no he llegado hasta aquí para dejarme caer en la barra de un garito cualquiera. Me dirijo a un bar de esos en los que los tipos prefieren antes meterse una polla en la boca que manosear el culo de una bonita mujer. Lamentablemente, mi objetivo está detrás de la barra del peculiar bar.

Aparco a dos manzanas, subo las ventanillas y me dispongo para la ocasión. Mientras voy andando, puedo escuchar perfectamente como rompen las olas del mar contra las rocas. El mar por la noche resulta inquietante, aunque no más que donde acabo de entrar. Dios mío...

Desde que he llegado, me siento observado desde prácticamente todos los ángulos del dichoso antro. Es más, llevo queriendo ir al aseo hace ya rato, pero me temo que la polla no es lo único que me tocaría desenfundar. Observo a la chica, que ahora mismo tengo a un metro escaso, mientras bebo pausadamente. La verdad, parece que no haya roto nunca un plato, pero a mí eso me trae sin cuidado. Mi única preocupación ahora, es elegir el momento adecuado para cargármela y desaparecer de este lugar.
Alrededor mío es continuo el trapicheo de papelinas, así como las visitas a un cuarto que hay al final de la barra, justo donde se encuentra un tipo excesivamente amanerado, que es el que maneja todo el cotarro. Papelina va, papelina viene… No entiendo como la pasma no se digna a cerrar este chiringuito. Supongo que se llevará tajada, y alguno que otro, una buena mamada.

Cuando me dispongo a pedir otra copa, la camarera sale de la barra y se dirige al almacén. Aprovecho para seguirla, y justo en el momento en el que va a cerrar la puerta tras de sí, me meto con ella. Antes de que comience a montar un numerito, le tapo la boca, la arrastro hasta una puerta de emergencia que indica la salida, y rodeo su delgado cuello con un trozo de cuerda que saco de uno de mis bolsillos. A partir de este instante sólo necesito que asiente o niegue con la cabeza a una serie de preguntas que ya he comenzado a formularle, y es lo que hace con temblorosos movimientos sin apartar sus asustados ojos de los míos…
No voy a matarla. Sé que está en el lugar equivocado, en el momento equivocado. No hay que ser muy astuto para darse cuenta que, además de no ser especialmente ducha detrás de la barra, no ha llamado por el nombre de pila a ninguno de los tipos que rondan por aquí, y eso que la gran mayoría deben haber intercambiado fluidos entre ellos, en más de una ocasión.

Retiro la cuerda de su delgado cuello y le doy unos segundos para que se tranquilice. Mientras enciendo un cigarro, me quedo por un instante con la mirada fijada en sus pechos. Tiene claramente uno más grande que el otro, aunque creo que ambos me cabrían perfectamente en las manos. Alzo la mirada, y compruebo que sigue manteniendo sus ojos clavados en los míos. Parece que se ha tranquilizado un poco, así que aprovecho para explicarle lo que debe recordar, y por supuesto, qué debe olvidar desde este preciso momento.
Al otro lado de la puerta suena “Sell your body( To the night)", de Turbonegro. Le aliento a que vuelva a la barra, y de manera apresurada se adueña de unas cuantas botellas antes de abandonar definitivamente el almacén.
Enciendo el último cigarro que me queda antes de marcharme. Espero no arrepentirme algún día por no haber apretado la cuerda, tan sólo un poco más…

3 comentarios:

  1. Y es que, los tipos duros de verdad, no hacen daño -físico- , a las chicas. Por cierto, tengo un colega, buen tipo, de esos a los que les gusta taladrar agujeros negros, que asegura que hay un jerifalte de la pasma llamado Rawls, que suele frecuentar el antro costero que aparece en tu relato, querido Doctor, tal vez eso lo explique todo.

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  2. Doctor...el espíritu de Ellroy continua merodeando este blog... y me gusta!





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  3. Demasiado largas las esperas... juegas a caballo ganador cabronazo... el ansia nos hace devorar tus relatos sin tiempo a respirar, sin tiempo a fumarnos un cigarrillo, sin tiempo a beber un whisky solo... sin hielo.

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