martes, 12 de octubre de 2021

DONOSTIA CONNECTION III.

  El relato de Txomin Zolo al juez Ferrer impresionaba por la crudeza de los hechos que narraba; lo habían maniatado con cinta americana a la silla atornillada en el suelo, y después habían utilizado la misma cinta para taparle la boca. A continuación tras un gesto del hombre de más edad, el joven se inclinó para abrir una mochila y extraer del interior unas tenazas. 


                                    

Bien -dijo el que mandaba- aquí no nos andamos con ostias modernas, cháchara psicoanalista ni pentotal sódico de los cojones, si no nos cuentas lo que sepas del puto asesino en cuestión, aquí mi colega te cogerá un huevo y te lo reventará con las tenazas. Acto seguido le desabrochó enérgicamente el botón de los pantalones y le bajó la cremallera de la bragueta. 

-Este tío se ha meado encima mi teniente.

Mientras el hombre de más edad lanzaba una dura mirada de reprobación a su subordinado, tras revelar este su graduación, Zolo lloraba a la vez que juraba y perjuraba que él no conocía a Otamendi, que sabía que había sido de ETA, que pensaba que ya no lo era, que había nacido en Estella y que siempre fue considerado un "duro" -etarras que defendían la posición de que había que seguir matando y cuanto más mejor, como si no lo hubieran hecho ya bastante- pero que, desde luego, nunca había tenido ningún contacto con él, y era imposible que supiera dónde podía encontrarse en estos momentos. 

Tras un buen rato de ruegos y balbuceos, y con la cara del detenido mojada de una mezcla de lágrimas y mucosidades, el veterano guardia llegó a la conclusión de que el periodista vasco no sabía nada que les pudiera servir de ayuda, y Txomin Zolo sintió volver a vivir cuando escuchó al supuesto oficial dirigirse al guardia joven: 

-Que lo devuelvan, este no tiene ni idea.

El relato terminaba con el señor Zolo, empapado en sudor, caminando hacia el pueblo más cercano, para coger algún autobús de la línea de cercanías Lurraldebus que le devolviera a casa, tras ser dejado por un patrol a orillas del Urumea.


-Hacía tiempo que no escuchaba algo así -espetó García- la desinfección que supusieron las investigaciones y juicios de los GAL (los tristemente célebres Grupos Antiterroristas de Liberación, grupos parapoliciales que ejercieron terrorismo de Estado entre el 83 y el 87, con la excusa -entre otras- de que Francia no colaboraba en la lucha contra ETA) pensaba que había erradicado estos comportamientos.

-Eso pensábamos todos inspectora -contestó Ferrer. Y a pesar de la declaración que me realizó Zolo, ingenuamente pensé que podía seguir el cauce competencial legal, asignando para la investigación de los hechos a los guardias civiles asignados a mi Juzgado como policía judicial, además de mandar una notificación informando a asuntos internos de la Benemérita para que abrieran, si consideraban menester, investigación sobre lo ocurrido. La pintada que encontré días después en mi despacho y que fotografié con mi teléfono desmintió esos pensamientos. 

El juez sacó del bolsillo de su pantalón un teléfono móvil, lo tecleó varias veces y se lo pasó a la inspectora, quien tras observar su contenido con cara de preocupación, alargó su brazo para que yo lo pudiera coger, rozar su mano me produjo un escalofrío que compaginaba nervios y cierta excitación, al centrar mi atención en la pantalla vi lo que era una pintada amenazante y carente de eufemismo alguno, escrita sobre una pared blanca con spray rojo.

-Todo esto tiene un aspecto realmente turbio, pero hay algo que no me acaba de cuadrar   -intervine. Analizando objetivamente la declaración que nos ha traído, señor juez, se cumplieron formalmente todos los requisitos legales; la detención fue ordenada por la Audiencia Nacional, y respecto a lo que ocurrió en Intxaurrondo, desde luego pasa por encima de algún que otro derecho fundamental, pero la cosa es que el tío se fue de allí sin decir nada relevante y no llegaron a tocarle un pelo. 

-Como comprenderán, además de que la pintada en mi despacho, amén de demostrar que tenemos algún que otro agujero de seguridad y de que no ha sentado bien -en a saber qué cloaca- que abriera una investigación sobre lo ocurrido en el cuartel, ha despertado una honda preocupación entre el personal de mi juzgado y, por supuesto, también en mí. 

-Y entonces -dijo García- ahora quiere que nosotros, agentes del Cuerpo Nacional de Policía, de la brigada judicial, y por lo tanto a sus órdenes, si usted tiene a bien, investiguemos los excesos cometidos por guardias civiles, en lo que promete ser un choque entre fuerzas de seguridad del Estado de dimensiones aún por calibrar. 

-Como en los viejos tiempos, jefa -contesté. Inmediatamente la mirada de la Inspectora me atravesó sin piedad.



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