jueves, 9 de febrero de 2012

Una escena conmovedora

Hoy no estoy bien. Necesito conducir. Ya he comprobado que los cd´s están en la guantera. Arranco el motor… Comienza a sonar el primer tema del álbum “I am a bird now” de Antony and the Johnsons. Me encanta la primera mitad del disco. Es jodídamente triste. Resulta curioso como puedes llegar a autodestruirte en momentos así. Probablemente sacrifique la segunda mitad del disco a costa del “Black love” de The Afghan Whigs. Luego, ya veremos.


De vez en cuando tengo ciertos episodios depresivos. Nada que me impida funcionar con aparente normalidad. No sé, quizá si acudiera a la consulta de un profesional, me diagnosticaría alguna anomalía. Sí, seguramente. Pero, prefiero emplear mi dinero en otros menesteres. Simplemente, tengo días malos. Y hay un motivo, por supuesto…

“Fue hace casi seis años. Una noche entre semana. Hacía mucho calor. Iba camino a casa pensando en que debía haber llamado a mi mujer para no asustarla. Ella siempre pensaba en lo peor, ante cualquier situación que se saliera de lo cotidiano. Fatalista como ella sola, era un auténtico cielo. La adoraba. Por la mañana, antes de salir de casa, le había dicho que no cenaría en casa. Que tenía una importante cena de negocios, y que no me esperara despierta. Le recalqué esto último, ya que su pasatiempo favorito era hacerme el amor todas las noches. Daba igual que llegara a altas horas de la madrugada. Nos queríamos con locura. Maldición, ¿por qué no la llamé? Tan solo quería darle una sorpresa.
Poco antes de llegar a casa aquella noche, paré en una gasolinera, y compré una botella de vino. No recuerdo la marca. El más caro que había. No soy un entendido en la materia, ni jamás he pretendido serlo. Odio ese esnobismo que gira en torno a la “cultura” del vino. Odio cuando en los restaurantes, la camarera descorcha la botella, te sirve, e impasible, espera tu aprobación junto a la mesa. -Recuerdo un día, que en un restaurante, hace ya bastantes años, la camarera de turno hizo lo propio, y de la manera más educada que pude, le hice ver que ese vino no era de mi agrado y que si era tan amable de retirarlo y servir otro, se lo agradecería profundamente. Hice lo mismo una y otra vez, hasta que me decidí por uno, que sabía a rayos. Sí, me comporté como un capullo-

El caso es, que llegué a casa a la hora de cenar. Las 21:45. Abrí la puerta, y fui directo a la cocina. La música estaba muy alta, como a ella le gustaba escucharla. Qué raro, no estaba ahí. En la mesa no había nada a excepción del mantel. Dejé la botella de vino sobre la mesa y saqué dos copas del armario. Sonreí al comprobar que sonaba uno de los discos que le había regalado en su último cumpleaños. Me sobresaltaron unos ruidos que provenían del baño. Ella solía ducharse justo antes de irse a dormir. Salí de la cocina y grité su nombre cuando enfilé el pasillo, para que no se asustara al verme. No obtuve respuesta alguna. Volví a gritar su nombre mientras abría la puerta del baño, y entonces la vi. No estaba sola. La acompañaba un enorme tipo negro que la estaba embistiendo salvajemente contra la pared. Durante un instante creí que ese incontrolado saco de músculos de color, la estaba violando. Enseguida comprendí que no. Esos gritos no eran de desaprobación, precisamente.
La escena era conmovedora. Ella, descolocada al percatarse de mi presencia, trataba de negar lo evidente mediante estúpidos gestos de cabeza. Sí, algo así como que aquello no era lo que parecía. El negro, totalmente ajeno a mi presencia, seguía metiéndosela como si le fuera la vida en ello. Y yo, atónito, no podía dar crédito a lo que estaba viendo. Afortunadamente, el negro eyaculó a los pocos segundos”.

Me costó mucho tiempo superar aquello. A quién pretendo engañar. No lo he superado, ni creo que lo haga jamás. Mis hábitos cambiaron desde entonces. Mi presencia en los clubs de alterne se convirtió en una constante. Tras las primeras visitas, me encapriché de una de las chicas. Era preciosa. Bastante más grande que yo. Sus tetas eran gigantescas. Pasábamos más tiempo, abrazados que follando. No me avergonzaba contarle el motivo de mi pena. Ella me consolaba. Me aliviaba enormemente estar a su lado. Fue la única persona con la que me permití dejar escapar en más de una ocasión, alguna que otra lágrima...

Creo que necesito una copa. Hay un bar de carretera no muy lejos de donde me encuentro. Ya lo veo. Pongo el intermitente, aminoro la velocidad y acerco el coche casi hasta la misma entrada. Paro el motor. Subo los cuatro peldaños que me separan de la puerta de entrada, tiro de ella, y accedo al interior. Afortunadamente, parece un lugar bastante tranquilo. Me siento en la barra. Se acerca la camarera, y me pregunta con una agradable sonrisa qué quiero tomar.
“Jack Daniel`s. Sin hielo”.


5 comentarios:

  1. Si es que contra los enormes tipos negros no se puede competir.
    Hay que aceptar la derrota y no intentar luchar contra la evidencia.
    Quizás seas más simpático. Quizás tengas más pasta. Quizás juegues mejor al fútbol pero, ay, amigo!! En pelotas, estás en clara desventaja!!!

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  2. Nunca dejan de sorprenderme lo visuales y descriptivas que son tus historias. Voy a tener durante dias la imagen de ese semental de ébano embistiendo como un poseso clavada en mi subconsciente, cabrón!
    De nuevo, enhorabuena por tu relato, "doctor, doctor"!

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  3. http://www.youtube.com/watch?v=3NGUMaGZ_d4

    el negro es mejor que tú...es más honrado y más bassssssilón

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  4. A mi también me pasó lo mismo una vez ... aquella zorra se piró con el negro, aunque aún me cuesta entender el por qué ... si la mía era descomunal a su lado! Eso sí, el colega tenía pintar de ser muy simpatico

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  5. Doctor, es muy de agradecer encontrar un antihéroe hoy día contando sus "miserias", cuando la mayoría de la gente anda desgranando sus "méritos" sin dejarte siquiera abrir la boca. Me cae bien su personaje.

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